...una vendedora que trabajaba en el local de cuesta blanca del abasto que hacía tantos días que no probaba bocado y que no tenía pija que vivía de muy mal humor, lo cual era un círculo vicioso, porque a menos pija que conseguía, menos se atrevía a comer y, lógicamente, de peor humor se ponía.
un día llegué yo preguntando por un talle para mí de un jean gris elastizado. ella me miró de arriba a abajo, buscó desganada en los estantes y con su peor cara de orto me mostró un 45. yo le sonreí y creyendo que, bueno, que no me había visto bien y que un error de cálculo lo tiene cualquiera, le dije muy amablemente que me parecía un poco grande. había un dejo de soberbia o de aires de superioridad en su voz y en su mirada cuando me respondió que ése me iba a ir porque me veía con un poco de caderas. traéme un 42, le pedí con diplomacia.
¿estás atendida? me preguntó otra vendedora, regordeta y feliz. sí, yo sí, gracias. la que no está bien atendida es ella, le respondí y le indiqué con la cabeza a la anoréxica que, estupefacta, me esperaba con el pantalón en cuestión.